Amor


VOZ EXTRAÑA

Aquella voz incansable que sonaba en lo más profundo de mi ser y me repetía una y otra vez: ‘’No te rindas, todavía queda mucho por vivir’’ Aquella fuerza que nacía de mi interior, que me empujaba hacia delante, que me obligaba a seguir. Y aunque la despreciara, aunque le gritara ‘’¡Basta!’’, ella seguía ahí, inamovible, silenciosa, quemándome el alma. Me despertaba cada mañana con un ‘’¡Vamos, tú puedes!’’, y yo, por no llevarle la contraria, me vestía con mi mejor sonrisa y salía al campo de batalla. Aquella voz  que no me abandona, que me elogia, que me enseña… Aquella voz que está a la espera de que me caiga, para luego levantarme con fuerza y gritarme al oído: ‘’¡Todavía no se ha acabado!’’. Es verdad que en un principio la odiaba, por ser tan testaruda y no dejarme en paz. Le grité mil veces que se fuera, lloré y pataleé, pero ni se inmutó. Entonces, cuando caí en el oscuro abismo, cuando todo era negro y sentía que nada tenía sentido… Ella apareció. Llegó como una luz cálida y reconfortante, acogedora y tranquila. Me extendió sus brazos y me dijo: ‘’Ven aquí’’. Entonces, yo, que daba todo por perdido, me resguardé en su regazo y me dejé vencer por el sueño, un sueño que se me antojaba esperanzador.  Al despertar, intuí que no estaba sola. Alguien me acompañaba, pero mis ojos no veían a nadie.  De repente, empezó a latirme el corazón, un latido rítmico y melodioso. Y la vi, allí estaba, en un rincón de mi corazón, mirándome con sus misteriosos ojos.  Con un movimiento de la mano me indicó que me acercara a ella. Asustada, así lo hice. Y cuando la tenía a varios centímetros de mí, la abracé con todas mis fuerzas.  Entonces, ella me abrazó todavía más fuerte y me susurró al oído: ‘’Estoy contigo’’. Sentí como las lágrimas brotaban de lo más profundo de mi alma, agua pura y cristalina, que reía y gritaba:
‘’¡Te quiero!’’ Desde ese momento, desde el precioso momento en que acepté a aquella extraña voz, todo empezó a mejorar. De ella aprendí que por más dura que fuese la adversidad, valía la pena vivir.  Me enseñó que la felicidad única y exclusivamente depende de mí, que nada ni nadie puede decirme quién soy y qué debo hacer. Me enseñó a apreciar las pequeñas cosas de la vida,  un paseo al atardecer con tu perro, viajar por un buen libro o la sonrisa de felicidad de la persona a la que quieres...  Me enseñó que era bueno llorar, pues somos seres sentimentales y las lágrimas no son otra cosa que pequeños sentimientos que se escapan del alma. Me enseñó a ser yo misma, a decir lo que pensaba y sentía. Me enseñó que las mejores personas son aquellas que nos hacen ser mejores personas a nosotros mismos. Me enseñó a levantarme cada día con una enorme sonrisa y dispuesta a comerme el mundo.  Me demostró la satisfacción que se sentía cuando te levantas de una dura caída.  Me enseñó a amar la vida.
El otro día, después de tantas cosas vividas, me di cuenta de que no conocía el nombre de aquella fuerza que me había ayudado tanto. Entonces, le pregunté: ‘’¿Cómo te llamas?’’.
‘’Amor propio’’, me dijo.

















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